Cándido Román Cervantes* |
Este año de 2012 ha sido elegido por la ONU conjuntamente con la ACI, como Año Internacional de las Cooperativas. Nada más oportuno para reivindicar la importantísima función de cohesión social que hacen estas empresas. Es el momento de que las formas asociativas de autoempleo tomen la iniciativa. Las propuestas procedentes de la economía clásica de mercado se están mostrando ineficaces y tardías para encontrar la salida a la actual crisis económica.
Las crisis cíclicas a las que nos tiene acostumbrado el capitalismo, sólo hace acentuar las diferencias sociales y la necesidad de apostar por modelos de cooperación, solidarios, de responsabilidades compartidas, donde la prioridad no sólo sea la maximización del beneficio del capital invertido, sino la búsqueda del bienestar de las personas. En ese sentido, las cooperativas están comportándose, en términos de destrucción de empleo, muchísimo mejor que las sociedades mercantiles. Mientras estás eliminan puestos de trabajo a un ritmo del 22 % anual desde que comenzó la crisis en 2008, las sociedades cooperativas apenas llegan al 9 %.
Las cooperativas juegan un papel muy importante en la producción mundial. En Holanda el 83 % de la producción agrícola está en manos de cooperativas de segundo grado; en Finlandia el 74 % de la producción de carne o el 96 % de la producción láctea. Pero éste fenómeno no es exclusivo de países de la Unión Europea, como lo demuestra el caso de Estados Unidos en donde el 30 % de los productos agrícolas son ofertados a través de cooperativas, en Brasil el 40 %. O el caso de Japón en donde el 95 % de la producción de arroz, así como el 90 % del comercio del pescado está concentrado en cooperativas.
Más aún, en aquellos países como Canadá, Finlandia, Suecia, Noruega o en Dinamarca, donde el peso relativo del cooperativismo en su tejido productivo se encuentra en torno al 7 % de su PIB, están mostrando una fortaleza que supera a la de otros territorios. En España es de destacar el caso del País Vasco, territorio de referencia en cuanto a las iniciativas cooperativas, ha visto crecer de modo exponencial la creación de cooperativas y sociedades laborales en estos años de crisis económica, dando empleo a más de 75.000 personas lo que supone el 6,5 % del mercado laboral. Estas cifras son el resultado de poseer un tejido productivo más cohesionado, en donde los trabajadores son los verdaderos protagonistas de las empresas. Se encuentra en una situación financiera y fiscal que le permite, por ejemplo, no adoptar algunas de las medidas impuestas por Madrid para la contención del déficit como por ejemplo implantar el copago farmacéutico.
Las cooperativas son anticíclicas, en épocas de bonanza crecen y generan empleo como el resto de las empresas, pero menos. Sin embargo, en periodos de recesión son el mejor refugio y garantía del mantenimiento de los puestos de trabajo. Merece la pena reproducir aquí lo escrito por José María Ormaechea, Director General de la Caja Laboral Popular de Mondragón precisamente en los últimos años de la crisis de los setenta: “En una época de alto desempleo, en la que el comportamiento del mercado desincentiva la inversión privada y en la que la ayuda pública carece por sí sola de los resortes adecuados para motivar la creación de empresas, el Cooperativismo de Producción que apela a la iniciativa, a la capacidad de organización y al sentido de solidaridad de los propios interesados, los trabajadores, aparece como la fórmula válida de creación o conservación de empleo”.
El tejido asociativo en Canarias es débil, además arrastra un historial que si exceptuamos algunos casos exitosos, como las cooperativas de crédito y cooperativas agrícolas de segundo grado, puede entenderse el escaso interés hacia el fomento de la cultura cooperativa por parte de la sociedad isleña, así como en lo que respecta a las instituciones públicas y privadas. La cultura empresarial asociativa no es algo que se pueda obtener en el corto plazo, de la noche a la mañana, hace falta tiempo, conciencia y una apuesta decidida por parte de los gobiernos locales, insulares y autonómicos para iniciar un cambio de actitud empresarial, en donde primen por encima del capital, el compartir objetivos y mutualizar responsabilidades. Los socios de las cooperativas tienen que ser responsables de la misma. La cooperativa no puede ser un lugar donde el agricultor deposite su producción y reciba una cantidad por ello, acabando la relación socio-cooperativa. No se trata de eso. El socio debe formar parte activa y para ello hay que darle responsabilidades, funciones, hacerle que se sienta verdadero propietario de la empresa.
No es tarde, esta crisis brinda la oportunidad para empezar, desde el principio, a diseñar un cambio de paradigma empresarial que podría tener sus inicios en las primeras etapas de la educación secundaria y así hasta la universidad. Si, es la enseñanza la que juega un papel fundamental si queremos comenzar a crear una conciencia cooperativa desde las escuelas que forme a los futuros socios. Las cooperativas no son instituciones de caridad, son empresas que tienen que proporcionar beneficios, a la vez que se gestionan con criterios democráticos, de toma de decisiones comunes y con unas elevadas dosis de solidaridad.
*Cátedra de Economía Social y Cooperativa. Universidad de La Laguna
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